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jueves, 20 de noviembre de 2014

Querida abuela (VI)

Querida abuela,

A veces creo que estoy al borde del pozo. Hace tres años, cuando te fuiste, los días se convirtieron en una sucesión de noches eternas. No salía el sol. Lo único que recuerdo de esa época es que a mí me dio por escribir mucho y estudiar poco.

No sé si fue una sabia elección. Ni siquiera sé si fue una elección racional. Son circunstancias que aparecen sin más y hasta muchos meses más tarde no supe renacer.

La vida nos había dado un tortazo muy fuerte a todos y aunque al principio nos quedamos atontados y sin saber muy bien qué hacer con tu ausencia, al cabo de un tiempo supimos levantarnos para aprender de nuevo a vivir. Para aferrarnos de nuevo a este torbellino de emociones que muchas veces es la vida.

Hoy no sé si estoy triste o feliz. Está sonando música en el salón, música antigua, de una época en la que tú aún andabas en este mundo, más joven que nunca. Más allá de la ventana del salón el frío de noviembre corta el aliento. Todos los días te echo de menos. Aún así el sol ha vuelto a salir e ilumina muchos de mis días.

No me quiero caer por el pozo otra vez, así que me voy a dar la vuelta con cuidado y voy a seguir andando.

Te quiere,
Paula.

miércoles, 27 de febrero de 2013

Ella.


No sé por qué nunca me había parado a escribir sobre ella antes. Se me ha venido ahora a la mente la idea de dibujar con palabras a la persona que mejor conozco, y con la que más tiempo he pasado en estos dieciséis años de vida. Conocí a mi mejor amiga cuando ambas teníamos tan sólo tres años. Supongo que fueron casualidades del destino, sincronías y eventualidades las que hicieron que llegásemos a ser casi hermanas. De mis recuerdos en mi primer colegio apenas puedo rescatar un par de imágenes borrosas, nubes grises del pasado que ahora difícilmente puedo conjurar con claridad. Sus mechas rubias y sus ojos marrones. Andrea era, y ha sido siempre una niña tímida, pero alegre.

Andrea era, ha sido, y siempre será mejor persona que yo.

En nuestros primeros años de educación primaria nos dedicamos a explotar hormigueros en el patio del colegio, y a saludar a voz en grito a los extraños que pasaban tras los muros grises de nuestra pequeña prisión de sueños. El universo más allá de aquellas paredes se asemejaba inhóspito y misterioso, y durante unos años las clases y los primeros amigos fueron suficientes para saciar nuestra curiosidad hacia el mundo. Durante aquel tiempo erigimos los pilares de la que iba a ser una amistad sostenida por lazos creados a base de años y años de intimidad. Vivíamos en un mundo de dos. No había nadie más que pudiese entrar en nuestra pequeña pero sólida burbuja. ‘Paula y Andrea’ ‘Andrea y Paula’ se convirtieron en palabras que iban necesariamente unidas de la mano. Uno de los recuerdos que más ha perdurado en mi memoria a través de los años es la cómica imagen que protagonizábamos mi mejor amiga y yo cada día a la salida del colegio. Salíamos a las cuatro y media después de un día lleno de nuevas lecciones, y Jesús, el padre de Andrea, y Victoria, mi madre, venían a recogernos. Andrea y yo salíamos charlando animadamente, a menudo cogidas de la mano, y cuando era hora de irse a casa, nos negábamos a soltarnos y tirábamos, empujábamos y pataleábamos entre risas con nuestros padres, cogidas siempre de la muñeca. Al cabo de minutos de ardua lucha por parte de nuestros progenitores, nos separábamos sudorosas, con una sonrisa leve flotando en los labios, y nos íbamos a casa, a esperar al día siguiente. Nunca he sido tan feliz como en aquellos años que viví con Andrea, cuando tan solo ella y yo conformábamos el núcleo de la vida. Nunca he sido tan ignorante como entonces, y sé que nunca volveré a ser tan libre.



Pasaron años de clases, cursos, profesores y amigos. Conocimos gente nueva y el grupo de chicas que constituía nuestro pequeño universo creció. Nos peleamos de vez en cuando. Conocimos el primer amor, y nos dedicamos a jugar a ‘polis y cacos’ con los chicos de clase. Aprobamos sin dificultades, sin apenas estudiar, sin apenas imaginar lo que se nos vendría encima años después. Disfrutábamos de las clases de Educación Física, corriendo veloces por el patio del colegio. Éramos criaturas libres, desinhibidas, que no necesitaban romper la monotonía de sus días, porque cada hora y cada minuto parecía distinto del anterior.

Andrea y yo cumplimos años como el resto del mundo, lenta pero inexorablemente. En el 2008 le dijimos adiós a la escuela primaria. Las puertas del instituto se abrieron de par en par ante nosotras. Nos sentíamos increíblemente maduras, adultas, conscientes del mundo y de su envergadura. Me río de aquellos sentimientos ahora como me reiré de estas palabras dentro de cinco años. El tiempo roba y destruye la memoria de los necios, y en aquella época de los doce años, todos nos volvimos un poco locos. Nos emborrachó la promesa de un nuevo comienzo que nos brindaba secundaria. Andrea y yo nos bebimos todos los días de nuestro primer año como estudiantes de la ESO, disfrutamos y machacamos hasta la última gota de vida que teníamos y explotamos y apuramos aquel último verano de inocencia. Hasta que yo me fui.

No voy a hablar del año que viví en Inglaterra, porque me llevaría hojas y litros de tinta explicarlo todo. Solo sé que mi mejor amiga y yo sobrevivimos al lapsus de diez meses que nos separó. Hablábamos a través de correos kilométricos y de video llamadas de horas. Si nuestra amistad aún tenía margen para fortalecerse, estoy segura de que aquel año lo consiguió.

Cuando volvimos a reencontrarnos en tercero nos sorprendió lo poco que habían cambiado las cosas. Éramos más guapas y más altas, y un par de años de instituto habían abierto nuestras mentes. La carrera hacia el bachillerato la recuerdo confusa y distante. Seguíamos compartiendo los mismos secretos de antaño, las mismas emociones y vivencias, los nuevos comienzos. Nos enamoramos unas cuantas veces de personas diferentes. Vivimos muertes y nacimientos, y las dos abandonamos los mismos sueños que habíamos compartido durante más de una década. ‘Ducay, Esteban’ siempre se sentaban juntas en clase. Como ya he dicho, coincidencias del destino.

De vez en cuando pasamos por delante de un espejo o nos reflejamos en los escaparates o en las ventanas de los coches. Me sorprende la certeza de que sigue a mi lado, a pesar de todo lo que hemos cambiado, por dentro y por fuera. Si nos miras, nos verás sentadas en clase, riéndonos, atentas, distraídas y jóvenes. A diferencia de muchas chicas, no tenemos siglas, ni números, ni motes. No tenemos nada más allá de los años que hemos vivido, y los que nos quedan. De nuestra amistad rayana en lo imprescindible, construida a base de recuerdos y sueños. A base de silencios que han aprendido a desprenderse de las palabras.
P.

martes, 29 de enero de 2013

G.

Hoy me he levantado echándote de menos. Y claro, ¿cómo no iba a hacerlo? Es tres de enero. Hoy se cumple un año y tres meses desde que te fuiste y nos dejaste aquí sólos, a todos los que te queríamos. A todos los que vivimos bajo tu luz, tu sonrisa y tus anécdotas. Creo que a veces la gente de este mundo se olvida de lo que de verdad importa, abuela. De todas las cosas que nos hacen sentir vivos. Las mismas cosas que pueden matarnos. Como dice Robert James Waller en el prólogo de uno de mis libros favoritos y una de las mejores historias que he leído:
"En un mundo cada vez más insensible, todos hemos desarrollado caparazones contra la sensiblería. No sé bien dónde termina la gran pasión y empieza el sentimentalismo. Pero nuestra tendencia a mofarnos de la gran pasión, y a tildar de sensibleros los sentimientos genuinos y profundos, dificulta la entrada al reino de la delicadeza."
Creo que tiene razón. Yo misma me aferro al cinismo unas mil veces al día, por miedo a que alguien pueda destrozar ese caparazón que todos llevamos puesto. Aún así se me está cayendo la coraza. No voy a convertirme en una romántica de la noche a la mañana, y nunca lo haré. Creo que la lógica y la poesía han firmado un pacto en mi cabeza para dejar de pelearse. Cada día me falla la voz un poco menos, y aún así no he conseguido desprenderme del dolor. Te quiero, y creo que no te lo dije suficiente. Quizá ninguno de nosotros pudo prever lo que te pasó, la manera tan cruel que tuvo la naturaleza de reducirte a poco más que piel y huesos antes de quitarte la vida. Aún te recuerdo, la mañana del día de tu muerte. El suave "hola" que se escapó de tus labios. La última palabra que me dijiste. Como posé mis labios en tu frente por última vez, y como huí de aquella habitación porque no podía verte así. Y si, huía. Huía por miedo a perder a la persona que tanto me había enseñado. Huía porque no me cabía en la cabeza que alguien tan, tan fuerte como tú lo habías sido siempre se nos estuviese yendo.
Te echo de menos, mucho.
Te quiero.

P.

sábado, 21 de julio de 2012

Manifestación 19J


Pequeño reportaje fotográfico de la manifestación en Madrid del 19 de julio (19J)


















P.

miércoles, 18 de julio de 2012

¿Utopía?

19 de julio del 2012. Una revolución parece estar fraguándose. Hablando y hablando por tuenti, un amigo y yo llegamos a esto:
- Paula, huyamos de este país materialista y explotador. ¡Creemos otro! Montaremos escuelas y enseñaremos que no hace falta un mandamás para tomar un referente un país libre y autosuficiente. ¡Anarquía!
- Utopía, Mario, utopía. Eso no funcionaría. No está mal tener un gobierno, pero uno de verdad. De gente que no mienta, que no robe, que cuente con nosotros. De gente que someta las cosas a votación, que no se crea que por que le hayan elegido unos cuantos, tengan el derecho y poder de joder al resto.
- Paula... grande. Me pongo de rodillas.
- Hombre, no ha sido para tanto.....
Y así la conversación se perdió entre temas más sutiles, ligeros, temas que no nos pesaran en la mente, ni que nos hicieran temer por nuestro futuro, pero aún así Mario y yo dedicamos unos minutos de nuestro tiempo de adolescentes, perteneciente a esta generación a la que tanto han criticado, a hablar de política. Algo inpensable hace tan solo unos años.
No sé cuánto tardará en estallar esto, pero lo hará. Sólo cabe esperar que entonces sepamos separar ideologías de valores morales y empezar a construir, tal vez de cero, un mundo un poco más justo, igualitario y que dure. Al menos hasta que vengan otros, con una bandera diferente, y la historia se encarge de borrar nuestras huellas de las páginas del tiempo.
P.

lunes, 16 de julio de 2012

Comienzo.

16 de enero del 2012.

He visto los edificios más altos al lado de las miradas más pobres. He conducido por carreteras donde el único sonido era el gemir del viento. He mirado cara a cara a la muerte y he visto llorar a las personas más fuertes. Me he tirado hasta las tantas de la madrugada escuchando hablar a periodistas que sabían secretos que nadie debería saber. Durante quince años todos los días he visto el telediario de las tres. Eso son 5475 telediarios. Muchas noticias, algunas malas, otras buenas. He pisado nueve países, cada cual mas distinto. Tres continentes. Hablo 2 idiomas. He respirado el aire más húmedo y el más seco. He rozado con las puntas de mis dedos maravillas como el muro de Berlín o La Muralla China. He visto Nueva York desde su punto más alto. Debo de haber leído más diez veces mi libro favorito, sólo para tratar de entender porqué me gustó tanto la primera vez. Tengo amigos en siete países diferentes. Sé que un año de estos escalaré la tercera montaña más alta del mundo. He escuchado las anécdotas más divertidas e inverosímiles de los que más saben; los viejos. Le guardo los secretos a la gente y soy la mejor amiga de los gatos callejeros. Llevo diez años estudiando y sigo sin entender las matemáticas, pero hay cosas sin las que no podría vivir. ¿Un ejemplo? La biología. Los libros, las palabras y mis profesores. Guardo en un cajón de mi mente cien secretos y más de mil mentiras. Un día de estos me escaparé de casa, iré a mi sitio favorito en el mundo; Madrid, y volveré cabizbaja y arrepentida, cómo la gente que se escapa y no se da cuenta de que todo lo que necesita lo tiene delante de sus narices, pero hay que saber encontrarlo.

Todo esto se me ocurría un lunes lluvioso, justo al salir del instituto, cuando volvía andando a casa.  Un 16 de enero de un año que se asomaba a los límites del tiempo con ojos fríos y malas intenciones. Un año en el que el sufrimiento estaba garantizado. Un año que casi no había empezado y al que todos teníamos miedo. Aún así, y a pesar de lo grande que te parece el mundo cuando tienes quince años, un día todo cambia. Tu mundo se altera. Aquel día me miré al espejo, y comprendí que llega un día en el que ves tu reflejo y, te guste o no en quién te has convertido, ya es demasiado tarde, porque has crecido y no hay nada que puedas hacer. Eres quién eres, tus pensamientos y tus ideas ya han tomado forma. Descubres que tienes voz, y que algún día, tarde o temprano, tendrás que utilizarla. Ese es el día en el que empiezas a dejar de esperar a que llegue el momento oportuno y sales a la calle, a pesar del mal tiempo, para empezar a vivir.

Aún así, a pesar de las ganas que te entran cuando empieza el año nuevo de dejar tu huella en este cochino mundo, aquella traicionera amiga que es la vida, y que sólo te abandona cuando le pasa el relevo a la muerte, estaba jugando una partida de póker en la que las fichas eran pedacitos de mi propia suerte. El invierno del año anterior se tradujo en malas notas, manifestaciones y en la confusión en la que te dejan sumido tus sueños cuando se alejan. Y esa confusión, poco a poco, se transforma en inseguridad, hasta que acabas convirtiéndote en algo parecido a una mariposa. Porque las mariposas no pueden verse las alas. No pueden ver su propia belleza mientras que el resto del mundo podemos admirarlas tranquilamente. A veces, las personas somos como las mariposas. No podemos vernos a nosotros mismo con claridad.

P.