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lunes, 16 de julio de 2012

Comienzo.

16 de enero del 2012.

He visto los edificios más altos al lado de las miradas más pobres. He conducido por carreteras donde el único sonido era el gemir del viento. He mirado cara a cara a la muerte y he visto llorar a las personas más fuertes. Me he tirado hasta las tantas de la madrugada escuchando hablar a periodistas que sabían secretos que nadie debería saber. Durante quince años todos los días he visto el telediario de las tres. Eso son 5475 telediarios. Muchas noticias, algunas malas, otras buenas. He pisado nueve países, cada cual mas distinto. Tres continentes. Hablo 2 idiomas. He respirado el aire más húmedo y el más seco. He rozado con las puntas de mis dedos maravillas como el muro de Berlín o La Muralla China. He visto Nueva York desde su punto más alto. Debo de haber leído más diez veces mi libro favorito, sólo para tratar de entender porqué me gustó tanto la primera vez. Tengo amigos en siete países diferentes. Sé que un año de estos escalaré la tercera montaña más alta del mundo. He escuchado las anécdotas más divertidas e inverosímiles de los que más saben; los viejos. Le guardo los secretos a la gente y soy la mejor amiga de los gatos callejeros. Llevo diez años estudiando y sigo sin entender las matemáticas, pero hay cosas sin las que no podría vivir. ¿Un ejemplo? La biología. Los libros, las palabras y mis profesores. Guardo en un cajón de mi mente cien secretos y más de mil mentiras. Un día de estos me escaparé de casa, iré a mi sitio favorito en el mundo; Madrid, y volveré cabizbaja y arrepentida, cómo la gente que se escapa y no se da cuenta de que todo lo que necesita lo tiene delante de sus narices, pero hay que saber encontrarlo.

Todo esto se me ocurría un lunes lluvioso, justo al salir del instituto, cuando volvía andando a casa.  Un 16 de enero de un año que se asomaba a los límites del tiempo con ojos fríos y malas intenciones. Un año en el que el sufrimiento estaba garantizado. Un año que casi no había empezado y al que todos teníamos miedo. Aún así, y a pesar de lo grande que te parece el mundo cuando tienes quince años, un día todo cambia. Tu mundo se altera. Aquel día me miré al espejo, y comprendí que llega un día en el que ves tu reflejo y, te guste o no en quién te has convertido, ya es demasiado tarde, porque has crecido y no hay nada que puedas hacer. Eres quién eres, tus pensamientos y tus ideas ya han tomado forma. Descubres que tienes voz, y que algún día, tarde o temprano, tendrás que utilizarla. Ese es el día en el que empiezas a dejar de esperar a que llegue el momento oportuno y sales a la calle, a pesar del mal tiempo, para empezar a vivir.

Aún así, a pesar de las ganas que te entran cuando empieza el año nuevo de dejar tu huella en este cochino mundo, aquella traicionera amiga que es la vida, y que sólo te abandona cuando le pasa el relevo a la muerte, estaba jugando una partida de póker en la que las fichas eran pedacitos de mi propia suerte. El invierno del año anterior se tradujo en malas notas, manifestaciones y en la confusión en la que te dejan sumido tus sueños cuando se alejan. Y esa confusión, poco a poco, se transforma en inseguridad, hasta que acabas convirtiéndote en algo parecido a una mariposa. Porque las mariposas no pueden verse las alas. No pueden ver su propia belleza mientras que el resto del mundo podemos admirarlas tranquilamente. A veces, las personas somos como las mariposas. No podemos vernos a nosotros mismo con claridad.

P.

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